Montañas de televisores, frigoríficos, teléfonos móviles, monitores y aparatos similares desechados afectan cada vez más nuestro futuro. Es la llamada basura electrónica (e-waste). En 2017 se estima que el volumen de la misma será de 65,4 millones de toneladas, un peso equivalente a 200 rascacielos como el Empire State de Nueva York, calcula un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU). Reciclar esta chatarra es posible y necesario, explica a Verne José Pérez, consejero delegado de la plataforma Recyclia.
Parte de estos pequeños electrodomésticos contienen sustancias altamente tóxicas que pueden dañar al Medio Ambiente y a la salud, así que suponen un grave peligro cuando acaban en vertederos, mezclados con el resto de basura, en vez de reciclarse de forma controlada.
«Aunque algunos son inocuos, como una impresora o un ordenador, otros como los frigoríficos contienen espumas aislantes cuya composición química es muy dañina», apunta en conversación telefónica el representante de Recyclia. Se trata de una entidad sin ánimo de lucro que engloba varias fundaciones especializadas en un tipo de reciclaje concreto. Entre todas abarcan todo el espectro de residuos electrónicos, como por ejemplo Ecofimática (equipos de oficina), Tragamóvil (móviles) o Ecolum (lámparas).
«Hay modelos de teléfonos móviles de los que se puede recuperar hasta un 90% de sus materiales. Reciclarlos de forma adecuada favorece también la economía circular», apunta Pérez.
En España se generaron 817 millones de kilos de residuos electrónicos en 2014 (casi 18 kilos por persona), como muestra el mapa de la iniciativa StEP impulsada por la UNU. Aunque, por cuestiones de tamaño, España no se encuentra entre los países que más basura electrónica que generan, Naciones Unidas sí sitúa al país en la cola europea del reciclado, solo por delante de Rumanía y Chipre. Se desconoce dónde acaba el 80% de estos residuos españoles.